El genocidio

 

El conflicto de Ruanda

 
 Ruanda es un país pequeño, de elevada densidad demográfica y relieve ondulado, situado en la región de los Grandes Lagos, en el África oriental. Una violencia intermitente y de apariencia étnica afecta el país desde finales de la época colonial hasta la actualidad.

Aunque los agentes directos de las matanzas y enfrentamientos han sido y son ruandeses, la influencia de potencias exteriores se ha hecho notar en muchas ocasiones y especialmente en el episodio más grave, el genocidio de 1994, que provocó entre 800.000 y un millón de muertos, civiles en su mayoría. Será ese genocidio el tema central que aquí se tratará.

Por otra parte, el hecho de que las líneas fronterizas actuales, que respetan las demarcaciones dibujadas en tiempos de las colonias, dividan grupos humanos que también habitan en estados vecinos, favorece la expansión de los conflictos armados, su contagio tanto desde el interior como desde el exterior del país.

Caracterización, actores, tiempo, espacio

En el transcurso de las últimas décadas, se han producido violentos enfrentamientos internos en Ruanda. El aspecto más visible han sido los combates entre tutsis y hutus que, a través de los años, han establecido organizaciones políticas y armadas propias. Pero la línea divisoria étnica -tradicionalmente cruzada por medio de amistades y bodas- no ha sido la única existente: de hecho, en el genocidio de 1994, desencadenado por el Gobierno en manos de los hutus radicales, murieron tanto tutsi como hutus moderados, simples opositores del poder por razones políticas.

En algunos países vecinos a Ruanda, como Burundi, RD Congo (ex-Zaire) o Uganda, viven también hutus y/o tutsis, ya sea de forma estable o bien como refugiados. Ello ha implicado en muchas ocasiones que esos países influyan en la situación de Ruanda y, viceversa, que los ruandeses actúen en el exterior.

El papel de los países ocidentales en el conflicto ruandés ha sido y es muy marcado. Bélgica, potencia colonial, optó desde el principio de su dominio por privilegiar a la minoría tutsi y convertirla en élite. La Iglesia expandió la noción de su superioridad respecto de los hutus y los colocó en los puestos clave de la administración colonial. En 1992, el parlamento belga tuvo conocimiento a través del embajador en Ruanda de que se preparaba una «solución definitiva» del problema étnico, pero no hizo nada al respecto.

Francia firmó un acuerdo de suministro armamentístico con Ruanda en 1975 y, en nombre de la francofonía, apoyó al régimen dictatorial de los hutus radicales a pesar de sus actuaciones inaceptables: sus oponentes tutsis, procedentes del exilio en Uganda, se habían convertido en anglófonos. Gérard Prunier califica el papel de Francia de «catalizador» del genocidio.

Estados Unidos, aliado del actual gobierno tutsi de Ruanda, patrocina la actuación de ese país, junto con Burundi y Uganda, en la guerra de rapiña que tiene lugar en la RD del Congo.

En cuanto a la ONU, que en 1993 envió una misión al país (MINUAR) con la finalidad de contener la escalada de violencia, optó por la pasividad cuando se inició el genocidio -visiblemente preparado y cuidadosamente organizado-. Las fuerzas de MINUAR no recogieron las armas que se distribuían entre los milicianos, a pesar de tener el mandato correspondiente y, en el momento inicial de las matanzas, evacúan el terreno y dejan desprotegidas a las víctimas. A pesar de todas las evidencias, la ONU no califica las matanzas de genocidio hasta el 25 de mayo, cuando buena parte de las masacres ya se han consumado.

El primer estallido de violencia interétnica se dió en 1959-1963. Desde entonces ha habido sucesivos brotes de intensidad desigual: 1973, 1990, 1994, sin que ello signifique que los años no señalados han sido pacíficos. La evolución histórica del conflicto puede verse en la cronología.

Causas del conflicto

El problema de fondo

La incompatibilidad más importante consiste en la decisión de las élites de hutus y tutsis de no compartir el poder, de disponer en exclusiva de las riendas políticas del país y de las prebendas que de ello derivan. La posesión de la tierra -un bien cada vez más escaso en una época de crecimiento demográfico- también enfrenta a ambas comunidades, agricultora una, pastoral la otra. En la base del conflicto actual -explicó McCallum en 1995- se encuentra el miedo de los tutsis a ser exterminados y el miedo de los hutus a ser explotados.

¿Qué base tienen ambos miedos? Una base amplia, si se mira hacia atrás, hacia las décadas inmediatamente anteriores, por el hecho de que las matanzas han sido recurrentes desde el fin de la era colonial y también porque la sociadad ruandesa había quedado estructurada de forma muy jerárquica y en ese orden -instaurado por la potencia colonial- los tutsis tenían reservados los puestos de dominio y poder. El hecho de que los tutsis sean minoritarios implica que nunca podrán gobernar en exclusiva de forma democrática.
«De hecho, la historia de Ruanda es una historia clásica de manipulación, de etnicismo fomentado, de mistificación de la historia (aquí no entramos en el debate sobre los orígenes de hutus y tutsis, pero cabe apuntar que hoy es uno de los argumentos más utilizados para hablar de las «diferencias» raciales y del «odio ancestral»), una historia clásica, pues, con una finalidad muy concreta: el poder» (Bru Rovira, 1999).

El contexto sociopolítico del genocidio

  • La situación en la que tienen lugar los acontecimientos de 1994 es de angustia económica: el campesinado se encuentra ahogado por la falta de tierras y por una pobreza creciente. La densidad de población en las tierras útiles llega a 380 habitantes por km2.
  • Una vez más, el papel de la Iglesia es determinante en una sociedad religiosa como la ruandesa. Dividida, una parte de la jerarquía apoya sin fisuras al gobierno de los hutus radicales mientras la otra intenta proteger a las víctimas con fortuna desigual.
  • La inducción al uso masivo de las armas se basa en los miedos ya mencionados, atizados de forma intensiva por medios de comunicación en manos de los hutus radicales, como la Radio Mille Collines. La facción hutu en el poder había previsto una «solución definitiva» al problema étnico que consistiría en «terminar el trabajo» -esto es, en no dejar vivos ni siquiera a los niños, a diferencia de ocasiones anteriores-. Una de las consignas más repetidas era: «¿Ya has matado a tut tutsi?»
    El proyecto genocida se pone en marcha como alternativa a la implantación de un plan internacional de paz promovido por varios países africanos (Acuerdos de Arusha) y que preveía que hutus y tutsis compartieran el poder político.
  • A la propaganda y al papel cómplice de una parte de la Iglesia se une el hecho ya citado de la potente jerarquización de la sociedad ruandesa: la población, disciplinada y obediente, no presentó demasiada oposición al papel que se le pedía -verdugo o víctima-, aunque también es cierto que buena parte de las víctimas fueron hutus que se negaron a asesinar a sus vecinos o parientes.

Formas de enfrentamiento armado

Los grupos armados oficiales como el Ejército ruandés o la guerrilla del FPR, acostumbraban a combatir con tácticas de infantería tradicionales, aunque sus acciones implicaban ataques a la población civil.

En 1994, los milicianos hutus radicales «interahamwe» usaron armas absolutamente primarias: machetes, mazos, hachas, garrotes, aunque a menudo las víctimas se remataban a tiros. Movilizaron masas enormes de civiles con los que consiguieron aniquilar los objetivos que se habían planteado. La organización fué muy cuidadosa y el resultado, eficaz. La elección de utilizar ese instrumental primario en lugar del arsenal del ejército respondía, según Ryszard Kapuscinski, al objetivo de crear una «comunidad criminal» que hiciera culpables a grandes masas de población y que las obligaría, así, a ser fieles a sus dirigentes.

Los enfrentamientos armados posteriores al genocidio, es decir, los ataques de milicias hutus contra las fuerzas tutsis ya instaladas en el poder, tienen forma de asaltos guerrilleros, generalmente nocturnos y sorpresivos. La población civil sigue sufriendo buena parte de las víctimas.

Papel de los medios de comunicación occidentales en el genocidio ruandés

El papel de los «media» occidentales en el genocidio ruandés ha merecido largas reflexiones. La razón fundamental es el hecho de que el genocidio propiamente dicho no fue filmado ni fotografiado ni contó con demasiados redactores. Los reporteros fueron llamados a sus sedes simplemente porque lo que ocurría «en el fin del mundo» no interesaba.
Tampoco la guerra civil entre el Ejército ruandés y las fuerzas del FPR mereció demasiada atención de nuestros medios.
La cobertura periodística llegó con la Operación Turquoise y el éxodo de hutus del mes de julio. Lo que se filmó y fotografió de forma masiva fueron los hutus ya situados en el Zaire (RD Congo actual) y sus benefactores humanitarios occidentales. El inconveniente consistía en que las víctimas que aparecían ante las cámaras lo eran del cólera y en que entre ellas se ocultaban los instigadores y organizadores del genocidio. La «Comunidad internacional» los alimentaba y atendía a la vista de todo el mundo. Pero las víctimas del genocidio nunca se vieron.

Consecuencias

Probablemente, nunca se sabrá cuántos muertos provocó el genocidio de 1994. Se calculan entre 800.000 y 1.000.000. Si fueron 800.000 equivaldrían al 11 por ciento del total de la población ruandesa y 4/5 de los tutsis que vivían en el país -hay que contar con los tutsis de Burundi y de los países vecinos en que se habían exiliado-.

Tampoco sabemos cuántas víctimas ha provocado la venganza tutsi. Aunque hay quien habla del «otro genocidio», parece que no es en absoluto comparable.

Perspectivas de futuro

En general, y si las cosas siguen como hasta ahora, las perspectivas parecen poco esperanzadoras:

  • El poder está en manos de un círculo de tutsis cada vez más reducido en torno al «hombre fuerte», Paul Kagame.
  • Los grupos hutus mantienen sus iniciativas armadas
  • El Gobierno ruandés participa activamente en la guerra de la RD Congo.
  • La represión gubernamental se mantiene intensa: a partir de 1997 se instaló población desplazada en campos vigilados y posteriormente se reinstaló en pueblos -algo que va en contra de la tradición del país: las familias viven dispersas en las colinas ruandesas-. El US Committee for Refugees calculaba unas 600.000 personas desplazadas en 2000.
  • La situación económica es grave: el 70% de la población viva bajo el nivel de la pobreza.
  • La aplicación de la justicia es lenta, desigual e ineficaz. Para depurar las responsabilidades del genocidio coexisten los tribunales propios del país, los «gacaca» o tribunales populares (ninguno de los cuales parecen demasiado eficaces) y el TPIR (Tribunal Penal Internacional para Ruanda), con sede en Arusha y qua hasta ahora ha dado muestras de una lentitud extrema. Hay unos 120.000 presos, a la mayoría de los cuales no se les ha abierto proceso. Muchos mueren como resultado de las condiciones en que se encuentran. Las víctimas del genocidio se muestran desanimadas. A veces, un detenido liberado es asesinado…
  • No existe ninguna iniciativa oficial en favor de la reconciliación.
  • El hecho de que el genocidio diezmara las élites intelectuales añade dificultades a la recuperación del país.

Pero hay también algunos aspectos positivos:

  • Se ha trabajado mucho en la reconstrucción de casas.
  • Proliferan las asociaciones de ciudadanos comunes y corrientes: de mujeres (a menudo solas y con experiencias horrendas a cuestas), de defensa del medioambiente, las cooperativas de crédito, etc. Pero la més influyente es la de las víctimas, «Ibuka» («Recuérdalo»), que trabaja contra el olvido y el negacionismo y mantiene algunos lugares como recordatorio, como la iglesia de Nyamata y Murambi.

 

 

 

 

 

 

 

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